jueves, 8 de julio de 2010

Blatter Nieves y los seis socios. Unos días en FIFAlandia (II).

Narraré mi experiencia durante el día en que se llevó a cabo el juego entre los equipos seleccionados de Estados Unidos y Eslovaquia, el 18 de junio de 2010, en el remozado Estadio Ellis Park de la ciudad de Johannesburgo. Espero mostrar o talvez compartir un poco las experiencias y sensaciones percibidas en ese partido de la copa del mundo de futbol y reflexionarlas desde una perspectiva socio-antropológica.

El partido inició a las 16:00 hrs. locales. Tres horas antes de su inicio, me cité con Peter Alegi. Él me entregaría el boleto que David Goldblatt, el periodista inglés de la BBC, me había ofrecido gratuitamente. El que yo no comprase el boleto no significa que para su adquisición no se haya pasado por el proceso que describí brevemente en la entrega anterior.

La FIFA junto con las instancias organizadoras correspondientes establecieron en la ciudad de Johannesburgo cuatro grandes áreas de estacionamiento vehicular, llamadas Park and Ride. En ellas, los poseedores de un boleto para ingresar a cualquiera de los dos estadios ubicados en los confines administrativos y jurisdiccionales de Johannesburgo, es decir Ellis Park y Soccer City, podían (y debían) dejar sus automóviles para ser transportados por los autobuses que para tal fin fueron dispuestos.

Ese día ni Peter ni yo teníamos auto, así que nos dirigimos en combi al campus de la Universidad de Wits, uno de los puntos de salida. A las afueras del campus, nos señalaron que sólo era posible ingresar en vehículo y que no nos sería posible entrar a pie, a pesar de que para ello sólo era necesario que se levantase la “pluma” que controla el ingreso de los autos. Evidentemente, pusimos cara de no entender y de por-favor-que-no-sabíamos-déjenos-entrar. La joven comprendió y después de unos segundos recapacitó y nos permitió el ingreso. Una enorme fila ya estaba dispuesta para acceder a los autobuses, que pertenecen al sistema de transporte público de la ciudad y que han sido utilizados para el traslado de los aficionados futboleros.

Como es de suponerse, en este partido, talvez uno de los que menor expectación generó durante la fase de grupos, los aficionados fueron mayoritariamente surafricanos. Peter estaba un poco nervioso, ya que pensaba que la fila era demasiado grande y que esto nos haría llegar muy tarde al estadio. Me comentó que la experiencia en otras ciudades sedes había sido desastrosa en cuanto a la organización de estos park and rides se refiere. Sin embargo, la fila avanzaba con cierta fluidez y, poco a poco, el nerviosismo de Peter fue disminuyendo. Finalmente, después de unos quince minutos de espera, accedimos al autobús, uno de estos de doble piso, estilo inglés. Antes, nos pusieron un sello en la muñeca con la leyenda “Wits”.

Fue hasta ese momento en que comencé a reflexionar un poco en torno a las implicaciones de lo que yo he denominado el triple cerco impuesto por la FIFA y sus aliados. Es decir, a pesar de que el día anterior había asistido al estadio de Polokwane al partido México versus Francia, no fue hasta este instante en que comencé a darme cuenta que los alcances no eran sólo organizativos (basados sobre la lógica de la eficiencia del evento) sino en efecto disciplinarias. Los “organizadores”, muchos de ellos voluntarios surafricanos que no recibieron paga por su participación, no estaban ahí sólo para “ayudar” en la organización del evento. Puesto de otra manera, el evento está organizado de cierta manera que permite (u obliga) a la homogeneidad simbólica, performativa y económica; el evento, su disciplina y organización, en cierto sentido, “inventa” al aficionado mismo.

La tecnología social usada para la organización del evento está acorde con los preceptos del estado de seguridad y control disciplinario. Esto no quiere decir que en todo momento y a cada espacio, los aficionados estén plegados a los designios y deseos de la instancia corporativa llamada FIFA y sus aliados. No, hay muchas formas y diversas expresiones y prácticas que hablan de la posibilidad de escabullirse entre los agujeros del control de ésta. Hablaré un poco más adelante de ellos. Pero por lo pronto recuperaré esta idea del control impuesto por el cerco.

Estar en uno de los autobuses significa un primer filtro de acercamiento al estadio: como ya lo he mencionado, sólo los poseedores de un boleto son admitidos. Esto parece una verdad de Perogrullo. Sin embargo, no es del todo innecesario pensar que la adquisición del boleto implicó esta suerte de recorrido social, económico y cultural que requiere elementos tecnológicos, económicos y simbólicos (como el internet, la tarjeta de crédito y el dinero para su pago) que muy pocos individuos en el mundo pueden conjuntar. Los convidados a la fiesta de la señora (FIFA) son una minoría.

Y no sólo eso, un elemento más es indispensable: aquello que puedo definir como la “pasión” por el futbol. Quiero detenerme en este punto. La pasión no es un elemento espontáneo ni universal, pero sí explotado por un fuerza que la atraviesa: la del capital. Por un lado, la pasión se construye socialmente y en un proceso de larga duración histórica y es una especie de capital simbólico que no está, por cierto, dividido equitativamente entre todos los sectores sociales e individuos. En contra sentido a lo que la mayoría piensa, la pasión (por el futbol, en este caso) no es irracional, ni espontánea. Tampoco es un acto o una acción aislada o pasajera. La pasión es una especie de código cultural y comunicativo permanente, racional (incluso razonable) y muy estable. Ser un aficionado (el ente "pasional" por antonomasia en el campo deportivo) implica por tanto, que el individuos se someta a un (y que al mismo tiempo éste refuerza) proceso social de alcances históricos, culturales, políticos y económicos mayores, llamado afición al futbol. La tecnología social del control apunta con gran poder en la construcción y mantenimiento de la afición al futbol. Esta pasión, por ende es lo que los dueños de la FIFA y sus socios explotan social económica y culturalmente. De irracional y explosiva, casi nada tiene.

Regreso a la descripción y vuelvo a las reflexiones un poco después. El camión lleva una pantalla que va transmitiendo anuncios de empresas socias de la FIFA. Algunas personas van ataviadas con camisetas amarillas del seleccionado surafricano, los Bafana Bafana. Unos cuantos más llevan banderines, el rostro pintado, pelucas o gorros alusivos a los colores de la bandera estadounidense, de la surafricana o de la eslovaca. La ropa deportiva, no obstante, es una marca distintiva de los asistentes. Es decir, los jeans, zapatos deportivos, gorras beisboleres, chamarras con escudos y leyendas alusivas a equipos de futbol, bufandas con los colores de las selecciones de futbol, además de las famosas vuvuzelas y las makarapas (cascos de protección que han sido cortados y pintados con motivos relacionados con los equipos participantes) integran la visión dentro del autobús. Hay, por lo tanto, una comunidad simbólica y discursiva común, que sólo se ve relativamente afectada por los distintos colores.

Los autobuses cruzan por las calles de uno de los más temidos barrios de Johannesburgo: Hillbrow. Este barrio inspira (pienso que con justificada razón) algunos de los más profundos miedos clasemedieros y de la elite. Concentra todos los “males” de la sociedad: venta y uso de drogas, prostitución, alcoholismo, enfermedades, robo, etc. Pasar por el barrio me permite reflexionar sobre el contraste entre los invitados al partido y los excluidos del mismo. Está claro que la mayoría de los surafricanos no asistirán a los partidos del mundial.

Rodeado por las calles y edificios del temido barrio, Ellis Park es un estadio de la vieja guardia. Remodelado y acondicionado para albergar algunos de los juegos mundialistas, el estadio ha sido la sede del juego de los blancos surafricanos: el rugby. Sede de la final del campeonato mundial de ese deporte en 1995, Ellis Park está cercado. Vallas metálicas y detectores de metal impiden acercarse a él sin el boleto correspondiente. Nosotros salimos del autobús y tenemos que caminar algunas cuadras. Decenas de “voluntarios” y policías dirigen al público asistente. Sólo un par de puestos comerciales, que imagino se encuentran instalados de forma clandestina y en contubernio con la policía, se ven en las calles aledañas. Venden vuvuzelas, marakapas, bufandas y banderines, principalmente.

Avanzamos junto con la corriente de aficionados. Algunos, como en todos los estadios, van haciendo sonar las desagradables vuvuzelas. Un grupo de jovencitos y niños de alguna escuela (van uniformados) se acercan a nosotros. Están muy emocionados y llevan en sus rostros sendas sonrisas. En sus manos los boletos. Me imagino que habrán recibido como obsequio esas entradas, ya que el partido es en realidad muy poco atractivo y no creo que se haya vendido todo el boletaje.

Traspasamos los primeros filtros de entrada, ubicados a unos cien metros de la entrada al estadio. Un policía realza la primera revisión-cateo y corta la parte inferior del boleto. No hay forma de ingresar con comida ni bebidas. Tampoco es posible llevar ostentosamente insignias o vestimentas que afecten los intereses de las empresas patrocinadoras. Una vez traspasado ese punto, uno se encuentra en FIFAlandia: “tienda oficial del aficionado, marca registrada”, “patrocinador oficial de la FIFA”, se va leyendo en los puestos y anuncios que invaden y marcan el paisaje.

Ya dentro del estadio, el aficionado está controlado en varios aspectos: cualquier acción “comprometedora” será perseguida y castigada. El boleto garantiza la entrada, pero es igualmente un contrato entre partes, en este caso entre la FIFA (ni siquiera el gobierno surafricano, co-organizador y participante del evento) y el aficionado comprador. Actividades o símbolos ostentosamente “racistas, xenofóbicos, altruistas o ideológicos” serán prohibidos, dice la FIFA en los términos y condiciones del boleto. De esta forma, ropa deportiva de otras marcas distintas a Adidas pueden ser decomisadas. Ningún tipo de propaganda comercial o “ideológica” es permitida. Las manifestaciones políticas, por supuesto son las que más penalización pueden recibir. Toda la máquina de la FIFA y sus socios está trabajando a tope. La construcción de la afición y su mantenimiento (bajo los causes de quienes la explotan mercantilmente) está en juego.

Pero aquí, a pesar de las prohibiciones y el control expreso de la FIFA, hay manifestaciones muy sutiles pero inconsistentes con los afanes de aquella y sus socios. Una muy fácilmente identificable: la piratería. Las camisetas, chamarras y otros artículos de muchos aficionados son copias piratas. Adidas y la FIFA están perdiendo. Y quienes compran pirata lo hacen, por supuesto, porque no pueden comprar la copia “original” y en cierto sentido retando la prohibición gustosamente. Un amigo mío me presumió su camiseta pirata de los Bafana Bafana: “Y sólo me costó la mitad de la original”, me dijo con una pícara sonrisa.

Otra importante práctica “disruptiva” es la venta de boletos ajena al sistema de la FIFA. En este partido conocí a una persona (un gringo) que asistió sin boleto a los alrededores del estadio y conoció a un par de personas que tenían uno de más. La prohibición de reventa es explícita, pero muchos la retaban sin mayor problema. La pareja le dejó el boleto a mitad de precio al gringo recién conocido.

Así, las apabullantes imposiciones comerciales y mercantiles de FIFAlandia y sus seis socios se incrementan aún más dentro del estadio. Todo está dispuesto para el consumo dirigido y específico de los productos que ahí se venden: camisetas ($1200 pesos), cervezas ($51), hot dogs ($42.5), etc. El aficionado y su pasión están atrapados por el comercio, la policía (y la seguridad privada) y, por supuesto, los medios de comunicación, que se dejan sentir a través de los reporteros, los cuales acaparan mucha de la atención y de los esfuerzos de los aficionados. De hecho, pareciera que los medios son el catalizador más importante de los aficionados. Casi todos se visten y atavían con sus coloridas ropas y artículos, en espera de que algún medio televisivo o periodístico los capte y proyecte en las pantallas (tanto del estadio como en la televisión) o en las páginas de alguna revista o periódico.

No quiero extender más la entrega y dejo hasta aquí las reflexiones. No son concluyentes y por lo tanto están sometidas a los cometarios y críticas. Por lo pronto, se acerca vertiginosamente el final de la copa y con ella mis entregas.

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