sábado, 3 de julio de 2010

Blatter Nieves y los seis socios. Unos días en FIFAlandia (I).

Me es imposible no entrar en el tema de los negocios de la Fédération International du Football Association, mejor conocida como la FIFA. El trabajo etnográfico que he llevado a cabo se ve necesariamente involucrado en las políticas de esta organización de alcances planetarios. Fundada en 1904, a instancias de los franceses (como su nombre lo indica), la FIFA se ha convertido en una entidad mercantil, cultural, política y social en extremo compleja. Ya lo era desde su fundación, sin embargo, en este espacio no pretendo ahondar en esa temática. Sólo quiero señalar que desde y por la presidencia del brasileño Joao Havelange, en 1974, las características de la organización cambiaron radicalmente y se volcaron a (y ayudaron decisivamente a afianzar) las políticas neoliberales en boga.

La FIFA, a partir de ese año, dejó de ser esa matrona impositiva pero a veces bonachona, con olor rancio y de paso más bien lento. Con el havelangianiato, esta organización se mimetizó (y al mismo tiempo mimetizó) los grandes negocios corporativos con la pasión por el futbol. No es que no lo hiciera antes. No. Lo que pasa es que esa matrona tomço tintes ejecutivos, se aggiornó al son del merchandize extremo. De rememorar la monumentabilidad victoriana, adoptó el credo disnyland, o tal vez aún más, la espectacularidad spilbergiana.

Seis socios corporativos firman en la actualidad en los espacios reales y mediáticos de la FIFA: Adidas, Fly Emirates, Visa, Hyundai-Kia Motors, Coca Cola y Sony. Baste decir que cada una de estas empresas son gigantes corporativos de sendas y respectivas especialidades: ropa y equipo deportivo; transporte aéreo; servicios bancarios y financieros; automóviles; bebidas y comida; y equipos electrónicos de audio y video. Como es de esperarse, estos socios capitalistas de los autonombrados dueños del balón, completan un círculo comercial perfecto. Ningún área del negocio mundialista queda fuera. Juntos y en acción ligada son capaces de doblegar y dirigir voluntades gubernamentales.

A ellos, se les unen otras corporaciones que aceitan todavía más el negocio multimillonario del mundial: la cervecera Budweiser, la productora de comida chatarra Mc Donald’s, la llantera Continetal, la petrolera Castrol, la telefónica MNT, la cárnica Seara, la de telecomunicaciones Mahindra Satyam y la energético-solar Yingli Solar. Sobresalen como patrocinadores “locales”, British Petroleum (válgame dios) división Sur África, junto con el banco FNB, la consultora de negocios Neo-Africa, la ferrocarrilera Prasa, la compañía especializada en renta de equipos de energía eléctrica y refrigeración Shanduka-Aggreko y la de telecomunicaciones Telkom.

Estas empresas, aunadas a las decenas de cadenas de televisión que han comprado los derechos de transmisión de los partidos de la copa del mundo, en alrededor de US$2 mil 700 millones, han hecho del mundial un negocio con ganancias extraordinarios.

Sin embargo, el asunto no quiero dejarlo ahí. Pienso que de esto se ha dicho (y se seguirá diciendo) mucho. Lo que me importa es intentar una especie de acercamiento etnográfico, a ras de piso, por decirlo de alguna manera, acerca de la experiencia de los partidos a los que he asistido en este mundial.

En primer lugar, tengo que señalar que los estadios de la copa del mundo están literalmente “cercados”. Este cerco tiene, por lo menos, tres vertientes. Las enlisto, pero no de forma jerárquica. El primero, de índole policíaca-gubernamental. El segundo, de carácter comercial-corporativo. El tercero: mediático. Los tres están imbricados y es difícil decir dónde comienzan y terminan.

De hecho, me parece que es necesario remitirse un poco más atrás. Es importante señalar la forma en que se obtienen los boletos de ingreso. Probablemente no todos sepan que la FIFA ha impuesto un control monopólico sobre la venta de entradas. En este proceso ni el poderoso consorcio monopolista del Ticket Master tuvo cabida. La FIFA, a través de su brazo comercializador World Cup Ticketing (Pty) Ltd ha controlado de pe a pa la venta de boletos. En este multimillonario negocio aparecen los nombres de dos hermanos: Enrique y Jaime Byrom. Son mexicanos y dueños de la empresa Byrom Plc, empresa que a su vez posee a Match AG, concesionaria de la FIFA para la venta de boletos y la prestación de servicios “VIP” relacionados con el mundial. La empresa revende boletos y ofrece tours a compañías que “recompensan” a sus trabajadores de cuello blanco de alta jerarquía con viajes a los mundiales. En Match AG, no por casualidad, participa como socio Phillippe Blatter, sobrino del presidente de la FIFA. Por su lado, los hermanos Byrom se han hecho de la comercialización de la venta de boletos por sus vínculos orgánicos entre la elite goligárquica mexicana y la FIFA, a través de su expresidente João Havelange.

Así, para obtener un boleto, uno tenía que acceder al portal en internet de la FIFA, solicitarlo y pagar con una tarjeta de crédito (preferentemente de la empresa Visa). Si se quería, se solicitaba uno de los paquetes llamados de hospitalidad ofrecidos por Match AG y desembolsar una estratosférica cantidad de dinero. Pero si la opción sólo era uno o una serie de boletos, ya de por sí inflados en sus precios por la misma compañía, de cualquier manera, la FIFA involucraría y comprometería al consumidor-aficionado en su cerco.

Las experiencias del cerco y sus implicaciones antropológicas las trataré en la siguiente entrega.

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