lunes, 7 de junio de 2010

El espíritu condechi en Jo’Burg.


Una ciudad está atrapada, formada, construida por sus contradicciones. Desde la perspectiva del mundo moderno y occidentalizado, cualquier entidad (llámese individuo, clase, etnia) está forjado por fuerzas contrarias y complementarias que le dan vida. El psicoanálisis y el materialismo histórico (que por cierto hoy amaneció de luto perdiendo a uno de sus grandes filósofos latinoamericanos, Bolívar Echeverría) dan cuenta de ello: libido y tanatos, burguesía y proletariado.

Johannesburgo no es la excepción. Los townships (negros) tienen sus contrapartes ricas y clasemedieras que las contradicen y complementan dialécticamente. Una de ellas es Melville. Localizado tan sólo a unos cuantos kilómetros del centro de la ciudad, el suburbio de Melville es una variación surafricana de nuestra pretensiosa colonia Condesa en la ciudad de México. Algo así como el Belgrano porteño con muchos “chetos” poblándolo y dándole vida.

La Calle 7 de Melville provoca: bares, cafés, pizzerías, lounges, libros. Cuatro cuadras que comprimen las aspiraciones pequeburguesas de los habitantes (casi todos blancos) de Jo’burg. Un poco de bohemia, que aún guardan algunos de sus locales comerciales, da la pelea en contra de la abrumadora sensación comercial y globalifílica del espacio. Es el lugar de los clichés, de los estereotipos, de la fabricación en masa disfrazada de arte “cool”. La pizzería tiene que sonar, oler y verse como Italia. Sólo que el Italia no suena, ni huele, ni se ve como en Melville. Esto es Disney.

Estoy por mi cuenta. Kendall no está conmigo, él no transita estos lugares, imagino. Voy en búsqueda de un lugar en donde ver el partido de los Bafana, Bafana en contra de los daneses. “¡Ah chinga!, ¿a poco los daneses van a jugar el mundial?”, me asombro ante la noticia, tan solo un día antes. Bueno, pues sí, los rivales de grupo del Tri y anfitriones de la Copa jugarán contra los daneses. Yo divago un poco y recuerdo haber visto, apenas unas semanas atrás el Anticristo de Lars von Trier. Tremenda película del director danés, en la cual William Dafoe protagoniza el papel de un psicoterapeuta con problemas de pareja (¿qué sorpresa?) y al final su mujer le atornilla una rueda de piedra en la pierna. Formidable idea para detener los ataques surafricano, francés y uruguayo… y de pronto regreso a la realidad. “Qué digresión tan elemental y estúpida. Este es un blog antropológico, no un programa de cotilleo de TV Azteca”, me reprocho.

Sigo tanteando el terreno. Todo parece tan sobrecargado de... Sí, de ese ambiente, de ese espíritu condechi (de la Colonia Condesa, otra vez), del mundo “fresa” y de la pose. De pronto: “Café Mexicho”. Afuera una bandera mexicana colgada. La puerta, como la de una película del viejo oeste, flanqueada por dos barritas en las cuales se encuentran tomando cervezas sendas parejas. Entro sólo por curiosidad. En la barra un hombre atiende: “Hola. ¿Un bar mexicano?”, le pregunto. “Sí, sí”, me dice. “Qué bien. Yo soy mexicano”, le reviro. “Welcome home”, me responde. En realidad he entrado por una cerveza (Corona, de preferencia) y quisiera ver el juego de los Bafana, Bafana de forma relajada, que está por empezar, sin pensar mucho en la “insolvencia cultural” de este espacio. Pero no puedo resistirme y la curiosidad me gana. Inmediatamente me pongo a husmear en “mi casa”. Las sospechas se confirman: la impostura se palpa con fuerza. “¿Qué demonios tiene que ver Clint Eastwood con México?”, me pregunto. Está bien: El Bueno, El Malo y El Feo, ¿y eso justifica en póster de esta película pegado en una de las paredes como representante de la cultura nacional? Al fondo aparece Frida ¿alguien pensaba que no? Pero ni un Pedrito: ni Infante, ni Armendáriz, ni Vargas. Vaya ni siquiera el Fernández. Miro con sorpresa otro cartel (“si por lo menas fuera el de Juárez o del Golfo”, me autocomento) de Los Siete Magníficos. México mirado por la lupa de Hollywood; y de un Hollywood ni tan actualizado. Sombreros, cactos, huaraches y zarapes y hasta ahí llega nuestro país. Nada más estaba esperando el momento en que por el suelo apareciera un ratoncito con sombrero gritando “¡Yepa, yepa, arriba!” y un par de cuervos sobrevolando dentro del local buscando “un chapulinzote”. Eso hubiese completado el cuadro de manera perfecta.

Esto no es todo, ni lo mejor. Como es de esperarse, las bebidas corren a la cuenta de Corona y José Cuervo. “Cuervo Nation. República de Cuervo, a state of mind”, reza el eslogan publicitario de la empresa tequilera. Diageo, poderosa transnacional que controla las marcas Smirnoff, Johnny Walker, Guinness y Baileys, hace lo propio con José Cuervo. De esta manera, el tequila, en su forma industrial y de mercado planetario, se planta como el embajador más fuerte de la “cultura” mexicana. Ahí, está también Corona, omnipresente, como presume allá en nuestras tierras: “De México para el mundo”. Vaya que sí. En fin, basta de tanto estrés. “Una Corona, please”, digo con cierto tono de seriedad. “Sí. Son R25”. Ah, caray, casi $50, ni modo, ya la abrió, me la tomaré.

Salgo y continúo mi recorrido. Avanzo unas cuadras más y me topo con la Main St. En la esquina, dos teporochos (vagabundos bebedores, para los que no conozcan el término) me interceptan. Uno de ellos me saluda de mano y no sé qué me dice. No me suelta y yo sonrío lo más amablemente que puedo. Percibo que lo que quiere, but of course, es dinero, pero yo juego mi carta de turista y sigo, zafándome de su apretón. Continúo mi camino y ellos ríen y comentan algo entre sí. Hay un club nocturno (que ya está abierto de día), luego un cajero automático y finalmente un Pub (bar) con la televisión prendida y el juego recién comenzado. De aquí soy, me digo.

El lugar es pequeño y oscuro. La barra de madera, al igual que las escaleras que llevan a la especie de tapanco (barbacoa, le dirían los cubanos) que funge de segundo nivel. Una mujer y dos hombres sentados a la barra. La tele a un costado de ésta. Todos ven el juego excepto un hombre que opta por leer el periódico. Después me enteraré que es el dueño del local. “Una cerveza, por favor”, ordeno con cierta autoridad. “¿Cuál?”. Mi autoridad se viene abajo. No conozco las marcas. Eso lo debí de haber investigado antes. “La que sea”, digo encogiendo los hombros. El barman me mira y entonces voltea a ver al hombre que lee el periódico, quien le dice: “Dale una Castel”. Y ahí está la Castel frente a mí. “13 rands”, me dice el barman. El hombre con el periódico me mira. “¿Se paga por adelantado?”, pregunto. “No siempre. Te podemos abrir una cuenta”, plantea. “Está bien. Ábranme una cuenta”, le reviro.

Todos son negros y más comienzan a llegar. De pronto un par de blanquitos (muy jóvenes) entran al bar y piden un par de cervezas. Vienen con la playera de Bafana, Bafana. La mujer que está sentada a mi lado, una cincuentona desdentada está muy pendiente del juego. Pero el partido es demasiado malo y prácticamente no fluye, se queda atorado en el medio campo. “¿De dónde eres?”, me pregunta. “De México”, le respondo. “¿Qué idioma hablan en México?”, continúa. “Español”, le digo. “¿Cómo se dice welcome en español?”, insiste. “Bienvenido”, le traduzco. “Ah pues bienvenido”, me dice con una sonrisa y levantando el vaso.

El partido sigue igual de malo. En uno que otro remedo de ataque la mujer brinca y pide que tiren a gol. Se lamenta de que así no sea. Conoce los nombres de todos y cada uno de los jugadores. De repente, para sí misma, comienza a entonar una especie de canto mientras clava la mirada al televisor. No sé si está pidiendo algo de forma espiritual o simplemente sigue una melodía de apoyo al equipo. Seguimos platicando un poco. Ella piensa que México está en España (por lo del español) y le tengo que explicar que eso no es así. La plática se vuelve más amable y se incorporan otros parroquianos. Todos esperan con mucha emoción el partido inaugural. Me dicen que el Tri perderá ante los Bafana. Yo, como buen aficionado mexicano que ha perdido completamente la fe en la selección, simplemente asiento. Las cervezas siguen y casi al final del encuentro un pase de Pinnar a Katlego Mphela perfora la defensiva danesa. Éste dispara cruzado y vence al portero danés. Como con resorte, todos brincan y comienzan a gritar: “Wu, wu wu, wuuuuuu, ¡laduma!, ¡laduma!”, grita la mujer muy emocionada, mientras palmea mi espalda. Laduma es gol en zulu.

El partido acaba y comienza uno de rugby entre Galés y los Springbrocks (el equipo surafricano). Nadie se mueve. Un par de blancos más entra al pub. Yo no entiendo del todo las reglas del rugby así que me concentro en un par de cervezas más. El partido de rugby continúa y al final los Springbrock ganan. El dueño del lugar me dice: “El rugby es el deporte preferido de los blancos, junto con el críquet. El futbol es para los negros”. Yo tomo mi última cerveza, pago la cuenta y me voy.

4 comentarios:

  1. Sergiño: sí que me hiciste reír!!! Buenísimo

    Más preguntas y una reflexión:

    1. Si bien lo de tu descripción del bar mexicano no me sorprende... porque así sucede en otros países.. tal vez, podrías ahondar más en la percepción que tienen de los mexicanos o de México.

    2. Me gustaría leer más sobre el ambiente del lugar.. música, descripción física, marcas...
    Por cierto has pensado en ponernos fotitos? tal vez por facebuke?

    Y pues mi reflexión, que más sé convirtiría en pésame... ya que te está reconociendo la gente como mexicano, tendrás más acceso o lo vs a tu información? Digo.. qué tal si gana México (claro sólo ese partido)... Pasión? Irracionalidad? Qué pasará?

    4. Y qué onda con los 30000 mexicanos que ya se fueron.. has visto alguno?

    Y mínimo yo me tomaría 2 cervezas diarias

    Tania

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  2. Sergio, leo con agradable sorpresa tu relato; lo disfruté mucho. Es claro que el cine de hollywood es un tamiz por el que pasan las identidades de otras nacionalidades lejanas.

    Cuando conocí París fuí a conocer el café donde Sartre escribió, a dos manos, sus textos ... era un Mc donalds. Excelente relato. Te recomendaré con mis edittores, jajaja. Ojalá tengas tiempo de comentar mi duda sobre el abordaje de la prensa italiana a la derrota inflingida por Mx. Ricardo Bautista.

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  3. me parece que lo único que puedo reclamarte es la fe perdida ante nuestra selección pero en fin eso podrá comentarce con unas buenas cervezas a regreso, en cuanto al relato me parece interesante y en en momentos me hace recordar el texto de "el anttropologo inocente" jejejeje sobretodo cuando decididamente pides una cerveza.

    En fin pasando a rollos mas hilarantes, desde tu mirada e interpretación, las clase media de ambos paises, mexico y surafrica, tienen los mismos miedos, si nuestra clase media económica y cultural aspira a ser como, estados unidos y francia, la de ellos a quien aspira, piensas que las espectativas sobre los bafana,bafana, son tan grandes como para que sueñen con ganar la copa del mundo, remember "invictus" y por último, piensas que el comentario de “El rugby es el deporte preferido de los blancos, junto con el críquet. El futbol es para los negros”. es un comentario generalizado y cargado con cierto despreciio, el futbol es de nacos, lo anterior leido con acento de chic@ condeshi.
    En fin un abrazo a la distancia y esperou que encuentres prontou un original mecsican fud wiht rily chili fud

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  4. Estimado Sergio: Como siempre de pelos tu diario. Los mexicanos acorde a espn y fossports están en la plaza Nelson Mandela, un lugar muy chick que los propios reporteros comparan con Polanco y las Lomas. Yo pienso que es mejor explorar la ciudad en su corazón que andar por los lugares de composición global. Por que si a esas vamos UIA Santa Fe y las Lomas son a Beberly y UCLA. Mejor la vida por el bajo mundo. De cualquier forma, tu mirada vale oro.

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