sábado, 19 de junio de 2010

Polokwane de Loreto y Guadalupe.

Debo confesar que es muy complicado hablar de un tema como la selección mexicana de futbol sin que mis puntos de referencia teórico-racionales se vean afectados (ja, ja qué mamón, sueno). Ayer, jueves 17 de junio estuve en Polokwane, ciudad de rango medio, ubicada al noreste de Johannesburgo. Polokwane “Lugar seguro” fue nombrada así en 2002. Antes era llamada Pietersburg. La ciudad está en la provincia surafricana más norteña: Limpopo, que a su vez colidna con Zimbabwe y Botswana. Su territorio es atravesado por las vías del tan conocido (y de trágica historia) tren Shosholosa, el cual transportaba a los miles de individuos arrancados de sus tierras nativas hacia las minas de la Región de Oro, Gauteng.

Para realizar el viaje, acepté la invitación del formidable amigo Peter Alegi, académico ítalo-estadounidense dedicado, entre otros tópicos, a la historia de la práctica popular del futbol en Suráfrica y autor de Laduma! y African Soccerscapes: How a Continent Changed the World's Game. A la travesía se unió David Goldblatt, periodista con vocación sociológica e historiográfica, autor del (tendré que leerlo) libro The Ball is Round: A Global History of Football.

Del aeropuerto "O.R . Tambo" de Johannesburgo salimos alrededor del mediodía. Cabe señalar que la estación aeroportuaria estaba colmada de mexicanos. Algunos de ellos acababan de llegar de México. Eran los desafortunados clientes de la agencia de viajes que los dejó varados. Muchos de ellos mostraban ya los signos del cansancio producto de casi treinta horas de travesía. Y lo que les faltaba. Sin embargo, la mayoría se mostraba optimista. “Vamos a ganar. Yo pienso que uno a cero”, me dijo un compatriota recién llegado y habitante de Acapulco, Guerrero. Algunos de ellos vestían sarapes y sombreros de mariachi estilo Garibaldi. Muchos, las playeras verdes o negras de la selección. Algunos de ellos ya soplaban las vuvuzelas, aunque de manera tímida en el aeropuerto.

En la agencia para rentar automóviles, varios mexicanos realizaban el trámite para tal efecto. Algunos de ellos me saludaban (yo había comprado una cachucha verde de la selección para identificarme como parte del contingente) y levantaban los dedos pulgares en señal de triunfo y buena suerte. Mientras esperábamos a Peter, quien se acercó a la ventanilla para la renta del auto, David y yo platicamos acerca de nuestros intereses académicos. Me comentó acerca de su libro y de la posibilidad de realizar un viaje a Latinoamérica para compilar información e imágenes sobre las barras futboleras y la posterior publicación de un documental.

Peter, después de una larga negociación llegó con las llaves. Me las entregó y finalmente comenzamos la travesía. Debo confesar que mi nerviosismo estaba en su pico, ya que nunca había manejado en el lado contrario de un automóvil. Sin embargo, la cosa no fue tan difícil al final. El viaje toma rumbo, desde Joburg, hacia el norteste. Hay que ir con dirección a Pretoria. Las avenidas para esta conexión son enormes viaductos de tres y cuatro carriles, muy parecidos a los de las grandes ciudades estadounidenses y con un paisaje urbano, que en definitiva, rememora con gran intensidad al paisaje citadino gringo. Esta primera fase del viaje dura aproximadamente una hora. Después vienen las grandes planicies sabaneras del norte surafricano.

La amplia autopista cruza el semiseco paisaje. Nosotros avanzamos sin dificultad a una buena velocidad promedio de 120 km/h. De pronto, un grupo de diez o doce vehículos nos rebasa por la derecha (acá se rebasa por este lado). Son mexicanos. Se les distingue por las camisetas que llevan sus pasajeros y las banderas que han colocado en la parte frontal o trasera de algunos de los autos. Van en caravana. Una hora y media después de nuestra salida, paramos en lo que en estos rumbos llaman un “oasis”, que no es otra cosa que una simple gasolinería y un pequeño centro comercial y de comida. Estacionamos el auto y ya desde la entrada se nota la multitudinaria presencia mexicana.

Entramos al local y la imagen es impresionante. Cientos de mexicanos han abarrotado el lugar. Sentados en el área para comer, decenas de hombres, mujeres y niños enfundados en playeras verdes y negras ven la pantalla del juego entre Corea y Argentina. Otros tantos entran al espacio de venta de refrescos y botanas. Las filas verdes son de a diez o veinte personas. Literalmente una marabunta de consumidores. “¿Quieres Coca normal o light?”, se oye que alguien pregunta con voz alta y en acento tapatío. Algunos más, afuera, estiran las piernas y toman un poco de sol. Otros aprovechan la oportunidad para ir al baño.

En el estacionamiento, algunos franceses ya están cantando su Allez, allez, La France. Me da la impresión de que intentan provocar la reacción de los mexicanos, pero (otra impresión más) estos todavía no han consumido las suficientes cervezas para contestar y sólo uno que otro se para observarlos o tomarles una foto. El viaje aún debe continuar.

Nosotros avanzamos hacia el lugar en el que pernoctaremos: Mokopane, a unos veinticinco kilómetros al suroeste de Polokwane. Llegamos al punto y dejamos las cosas. Bueno en realidad las dejan Peter y David, ya que yo no llevo ningún tipo de equipaje. La parada es muy rápida. Nuevamente regresamos a la N1, la autopista principal de Sur África, que cruza el país de noreste a suroeste desde Musina, en la frontera con Zimbabwe, hasta Ciudad del Cabo en el otro extremo del país. Sólo nos toma una media hora realizar el último trayecto.

Polokwane es una ciudad tomada por la fiebre mundialista. Todo dirige al estadio. La policía es omnipresente, tanto como la presencia de los visitantes, especialmente los mexicanos. No nos cuesta trabajo dar con el lugar del estacionamiento. Peter, como buen estadounidense, ha planeado todo con anticipación. Iremos al estacionamiento sur. Así lo hacemos. Ingresamos al gran terreno que ha sido acondicionado para recibir a los cientos de vehículos. Paramos e inmediatamente nos dirigimos hacia los minibuses que nos llevaran al estadio.

Sin embargo aún es muy temprano. Apenas son las 4 p.m. El partido no comenzará sino hasta las 8:30 p.m. Peter y David quieren caminar, pero según las reglas de los organizadores eso no es posible, así que tenemos que subirnos al micro. Realizamos una corta fila de espera. Entonces subimos. Unos cuatro surafricanos más lo hacen en el mismo vehículo. Cinco mexicanos siguen en la cola. Ya vienen “chupando” tequila con Coca-Cola. De hecho, a un par de ellos ya se les ve la cara de briagos. Yo les grito que suban, pero al final no aceptan. Esperarán al siguiente. Nosotros vamos hacia el estadio. En el camino, uno de los surafricanos ve mi gorrra e identifica mi nacionalidad. Me pregunta en inglés: “¿Cómo se dice buenas tardes en ‘mexicano’?”. Yo sonrío y le contesto. Peter también ríe ante la inusual pregunta.

Bajamos del microbús y nos despedimos de nuestros amigos. Las calles están bloqueadas por vallas y policías. Muchos mexicanos caminan por las calles. Nosotros decidimos ir al “Fan park” de Polokwane a ver el partido en curso: Nigeria contra Grecia. David se está hospedando con unos griegos, en Joburg, así que se abriga con una bufanda con los colores albiazules y la leyenda “Hellas”. Ingresamos al parque. Nuevamente, cientos de mexicanos ocupan el espacio. El lugar es muy grande. Hay varias zonas acondicionadas para la venta de bebidas, comida y souveniers. En otro extremo una pantalla gigante. Llegamos justo en el medio tiempo del partido entre nigerianos y griegos. Los tres queremos tomar y comer, así que nos dirigimos hacia las carpas que ex profeso han sido montadas. En la más grande de ellas se encuentra el área de bebidas. Dentro, ya la fiesta está tomando grandes dimensiones.

En medio de ella, un grupo de unos treinta mexicanos compite con un grupito de cinco o seis franceses. Estos cantan su invariable Allez... Los mexicanos les responden: “Au revoir, Zinedine Zidane”. Los franceses contraatacan señalando la estrella solitaria sobre el escudo de la federación francesa (el gallito, pues), símbolo del campeonato mundial de 1998. Señalan a los mexicanos con el dedo y después menan la mano en señal negativa, dando a entender que México no tiene ningún título mundial.

Los ánimos mexicanos se caldean un poco y entonces entonan: “Francia va probar el chile nacional. Francia va a probar el chile nacional...” Después ensayan, but of course, el “Cielito lindo” y a los franceses no les queda otra más que acompañar el ritmo del canto con los brazos en alto y las cervezas en la mano. Han sido superados en número. El triunfo en esta trinchera detona un canto más de los mexicanos: “Y ya lo ven, y ya lo ven, somos locales otra vez...”. Gritan y saltan levantando las manos para rematar con un: “Oh io io io, oh io oh io, el que no brinque es un francés maricón”. La mayoría lleva vasos de cerveza en la mano. De hecho, por ahí una mexicana ya se nota medio molesta. El novio es uno de los que encabeza al grupito y de repente se lo está tomando muy en serio esto de la organización de barras o porras instantáneas.

La cerveza se sigue consumiendo en buenas y constantes proporciones. Soy el conductor designado y sólo tomo una. Entonces me pregunto si mi chovinismo no se está manteniendo a raya precisamente en proporción inversa a mi falta de alcohol en la sangre. Todos los demás beben con singular alegría y parecen disfrutar esto de sentirse más mexicanos que Ignacio Zaragoza. No cabe la menor duda, nadie de estos imberbes adolescentes sabe algo de Zaragoza, ni de la intervención francesa, ni de Juárez. Pero qué les importa, se han enterado por ahí que hubo algo así como un 5 de mayo y que los franceses perdieron una batalla, por allá cerca de Puebla y eso les basta para reafirmar el orgullo “nacional”, al ritmo de las Budweisers, hot dogs y Coca-Colas. ¡Viva México, cabrones!

Afuera el frío arrecia y ya nos aproximamos a los 8º C. Bajará aún más, hasta los 5 ó 6, durante el partido. Grecia ha ganado el partido de las 16:00 hrs. Nosotros seguimos deambulando, haciendo un poco de tiempo. Tomamos un café. En una pequeña cancha de futbol, cinco mexicanos, algunos con la bandera nacional atada a la espalda como capa de Superman, se avientan una cascarita contra sus contrapartes franceses. El duelo está parejo y muy aburrido. De pronto, un grupo especial de mexicanos se aproxima. Son Super-chile y Don Andrés. A este último lo reconocí porque lleva la misma camiseta del Atlante que portaba hace algunos días allá en Melrose Arch, en Joburg. Super-chile viste un traje verde de hule espuma que aumenta sus proporciones físicas. Lleva el símbolo de un chile en el pecho y un sombrero rematado con la forma de un chile jalapeño. Va albureando a medio mundo y nadie le entiende (talvez sólo yo). Muchos se quiere fotografiar con él. Don Andrés lleva uno de estos adornos que se ponen en la cabeza y que se utilizan en la Guelaguetza. Son de Oaxaca, de Ocotlán de Morelos. Los saludo y platico con ellos por unos momentos. Están confiados. México va a ganar. Me despido de ellos porque ya llevan prisa.

Nosotros también nos acercamos al estadio. En sus afueras, las transmisiones en vivo de varias cadenas de televisión atraen a los aficionados. Ahí, en una de ellas están un par más de conocidos. Son de Pachuca. Uno de ellos reta al frío. Al estilo mexicatiahui (especie de reivindicadores de la “tradición” mexica apostados en varios lugares, especialmente el Zócalo de la Ciudad de México) uno de ellos va casi desnudo, tan sólo ataviado con par de imitaciones de supuestas vestimentas prehispánicas y portando, al más puro sincretismo posmoderno, un estandarte de la virgen de Guadalupe. Atrae una gran cantidad de aficionados surafricanos. Todos quieren tomarse una foto con él. A mí me da más frío nada más de verlo.

Entramos al estadio, pero David y Peter tienen boletos para otra sección, así que nos despedimos momentáneamente. Yo voy al baño. Salgo y otra batalla. Nuevamente los mexicanos superan en número a los franceses. Prácticamente las mismas canciones que en el encuentro anterior. Sin embargo, ahora aparece por ahí una tarola y un bote de basura sirve como bombo. Los pocos franceses no pueden competir y mejor se integran al desmadre mexicano. De pronto, a los mexicanos les sale lo americanista. Yo ya me imaginaba algo así. "Todos tienen pinta de irle al América", pienso. “Vamos, vamos México, que esta noche tenemos que ganar”, remedan el cántico que cada jornada cantan las barras americanistas. Porras a la vieja usanza, con el “Chiquitbúm a la bim bom ba” y el “ra, ra, ra” acompañan la tertulia. Las cervezas brotan como de un manantial. Uno que otro “O sea ¿no?”, con la perfecta entonación “fresa” de las clases acomodadas mexicanas se deja escuchar.

Es hora de entrar al estadio. Las selecciones calientan en la cancha. Después, la ceremonia protocolaria. Se cantan los himnos con todo el show nacionalista de las banderas y la solemnidad cuasi marcial que lo acompaña. El partido inicia. Toda una mitad del estadio está literalmente abarrotada de mexicanos y la otra tiene grandes manchas verdes. Por allá se lee una manta que dice “Monterrey” y otra con un “Viva México” y una más dice "5 de mayo 1862 cayeron los franceses. Junio 17, 2010 también!!!" (sic). Decenas de bandera nacionales están colgadas. Las vuvuzelas, no obstante, dejan poco margen para escuchar las porras y los gritos de aliento. La ola se apodera de la afición por unos minutos. El partido, durante el primer tiempo, es tenso y muy apretado en la media cancha, aunque los destellos de Salcido, Márquez y Dos Santos de repente dan cierta esperanza. Cada despeje del portero francés es acompañado de un movimiento de manos, como aventando magia y rematado con un sonoro “Puuuuto”.

Llega el segundo tiempo. La tensión aumenta. La fiesta en la tribuna no se corresponde con el marcador. Finalmente llega el gol. Bueno, aquí no me puedo contener y lo grito. Casi me desgañito. La afición mexicana enloquece y comienzan a aventar algunas botellas de cerveza a la cancha (afortunadamente son de plástico). La euforia se apodera con la marcación del penal. Blanco dispara y anota desde la marca de los once pasos. Entonces todo se vuelve un caos en la parte teñida de verde. Vuelan las cervezas y todos gritan. La fiesta del chovinismo más ramplón se combina con ese sentimiento de pertenencia tan respetable entre todos los aficionados. Yo no sé qué pensar. Algo me atrae hacia mi ímpetu nacionalista, pero mi otro yo me lo impide. “No es para tanto”, me digo, para apaciguarme. Otros, la mayoría de los presentes no piensan igual que yo. La selección ha ganado. La defensa de Polokwane de Loreto y Guadalupe se realizó con éxito y la celebración comenzó.

2 comentarios:

  1. La reflexión que haces acerca de tu "Yo" nacionalista y el "Yo" investigador, el cual te dice "no es para tanto". A mí me parece que el futbol hay que tomarlo en serio, porque sí mueve tanta gente, tiene que haber una razón y yo estoy de acuerdo con Pablo Fernández quién nos habla de afectividad colectiva, sólo la podremos entender si la sentimos. Es por ello, que a mí me parece que el cada vez más hay una efervecencia colectiva y nos conmueve porque es muy parecida a los sentimientos que se mueven en movimientos políticos. A falta de expectativas políticas que nos permitan vislumbrar una vida mejor, por lo menos tenemos el fútbol que nos permite sentirnos parte de algo, aunque sea un momento. Felicidades Mercedes

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  2. Vaya vaya, siempre entretenido leer otra perspectiva más allá de los medios. Vientos Sergiño!

    Algunas reflexiones y preguntas

    1. Anteriormente nos comentabas que no había souvenirs mexicanos, específicamente la playera de México, qué ha pasado? la venden o todavía no?

    2. Qué sucede con la afición después del partido?

    3. Has indagado sobre qué significan o qué portan determinadas vestimentas los aficionados? Qué están queriendo decir o demostrar?

    4. Buenísima tu descripción de la travesía.. ya me veía.. jaja

    5. Lo de las porras. Será que los franceses se quedan callados o entran a la emotividad mexicana, por qué: se sienten superados en nùmeros, no les importa, les gusta el desmadre?

    Ya que comentas lo de las cervezas eso mismo me pasa a mi.. Yo no sé cómo muchos @ dicen que pueden tomar en el campo, ponerse pedos y no perderse un evento digno de etnografía... En mi caso, y creo en tu caso, nuestro "chovinismo de campo" no nos lo permite.... Pero deja que termines, y que guarapeta!

    Y muchas muchas felicidades por los grandes contactos que estás teniendo.. Qué dirá Magazine? curso corto? jua jua

    Tania

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