sábado, 12 de junio de 2010

“Yo sí sigo al Tri hasta Sudáfrica”.

He encontrando una página en Facebook que pretende ligar a los mexicanos que vendrán o ya han llegado a Sur África (SA) para ver algunos partidos del Mundial. El título de la misma “Yo sí sigo al Tri hasta Sudráfrica” ya denota ciertas características del aficionado que vendrá hasta estas lejanas tierras: no sé si estén de acuerdo, pero pienso que expide cierto tufo de presunción (dudo un poco en catalogarla de clasista, pero... bueno, ustedes dirán). El punto es que para venir a SA muchos de los mexicanos tuvieron que pagar exorbitantes cifras de dinero, que rondan los US$10,000 por persona ¿Quiénes pueden pagar esas cifras? Conozco muchos aficionados al futbol en México que ganas no les faltaban. Billete es lo que se necesita.

De esta forma, sin temor a equivocación, una de las características más fácilmente identificables, y no por eso menos importante, es la pertenencia de clase de la mayoría de los mexicanos que viajaron hasta SA para ver al Tri durante la Copa del Mundo: son parte de la elite económica (¿mucho atrevimiento si le digo burguesía?). Esto no quiere decir que todos encajen en esa categoría. También, sin lugar para las dudas, se encuentran viajeros de las clases medias mexicanas que con esfuerzos ahorrativos y de buena planeación han logrado realizar el periplo.

Ayer fui a Melrose. Uno de los suburbio más chics de Jo’burg. Se encuentra relativamente cercano a Sandton, tal vez el más opulento de todos. Como ya deben saber muchos de ustedes, el Gobierno de la Ciudad de México ha traído hasta acá una réplica del Ángel de la Independencia y lo ha instalado en medio de un vil centro comercial. Este será el punto de encuentro de muchos compatriotas y mexicanos avecindados en E.E.U.U.A. Como todo mall, el de Melrose Arch ofrece mercancías y más mercancías. Pero lo más importante en una ciudad como ésta, tan saturada de sensaciones perturbadoras por la criminalidad y el morbo que éste genera, Melrose Arch ofrece: seguridad. O por lo menos la versión globalizada de la seguridad. Aquí, las posibilidades de que un negro mal encarado, imagen terrorífica enclavada y alimentada en el inconciente de los clasemedieros y ricos (tanto locales como extranjeros), te saque una pistola, viole a tu mujer (y a ti de paso), te saque la cartera, te golpeé y descargue sobre ti todas sus frustraciones, son casi nulas.

En este espacio estás seguro, rodeado de un ambiente familiar, conocido y reconocible: tiendas igualitas a las de Santa Fe, imitaciones de calles y de plazas con música de fondo. En fin, un verdadero paseo por todo aquello que ya de antemano se conoce. ¿Para qué buscarle? ¿Para qué salir a la calle de a de veraz? En el centro de Johannesburgo hay mugre y depredación social. “El tejido social se ha degradado en esos lugares”, dirá por ahí algún sociólogo trasnochado de la época de Spencer. ¿Para qué, si en Melrose puedes caminar viendo aparadores, sentarte a tomar un cafecito y una cerveza con la plácida y reconfortante sensación de que estás en Perisur o la Macroplaza? Y el Ángel es gratis. O bueno, habría que preguntarle al G.D.F. cuánto costó su instalación. O cambio de qué se le concesionó a la empresa Una probadita de México (tal cual y sin albur) o por qué aparece una manta del gobierno capitalino promocionándose por estas tierras. Yo no lo sé y no quiero especular.

Kendall me acompaña y caminamos entre estas pseudo-calles del mall. Todo el paisaje urbano es de utilería y sirve sólo para crear esa sensación de seguridad. Sin embargo, nosotros vamos cuidando de que no nos asalten con el arma más poderosa: una cuenta o un vaucher que firmar. “¿25 rands por un simple café?”, despotrico para mí mismo cuando veo la carta de un cafecillo dizque muy chic. En realidad, nosotros vamos en búsqueda del falso ídolo cubierto de oro.

Antes, nos encontramos en medio de una de esas imitaciones de plaza. Ahí se está instalando una pantalla gigante para que la gente pueda ver los partidos del mundial. En uno de sus costados veo a un grupito de personas. Indudablemente son mexicanos. O por lo menos eso es lo que algunos de ellos están tratando de decir con las vestimentas. Dos de ellos llevan sombreros de charro puestos y sendos sarapes tricolores con sus respectivos escudos de la Federación Mexicana de Futbol estampados a la altura del pecho. Otro de ellos, más discreto, sólo lleva una chamarra verde, una mochila con insignias del futbol nacional y una réplica de la copa de la F.I.F.A. Todavía menos visible, uno de ellos viste una chamarra del equipo de sus amores: El Pachuca. Otro, de plano sólo tiene la cara y el acento chilango al hablar como signos de identificación. “Mi buen, eres igualito a uno de mis tíos”, me digo en silencio. Es que ese bigotito que usa, caray...

Me acerco a ellos y hago una de las preguntas más estúpidas que se pueden hacer, pero que de una u otra manera funciona porque al parecer es lo que ellos mismo esperan: “¿Mexicanos?”. “Sí”, dicen casi al unísono e inmediatamente me lanzan de vuelta la obviedad: “¿Tú también?. “Sí”, les respondemos al unísono mi otro yo y yo mismo. Y como que al principio no me hacen mucho caso y siguen con su plática. Pongo atención y me doy cuenta de que están rememorando viejas anécdotas. Uno de ellos, el de la chamarra verde le está diciendo al que viste la del Pachuca que dudaba si era él u otra persona, pero una vez que se acercaron lo reconoció. Ya se conocían del mundial anterior, en Alemania 2006. Se encuentran de nuevo. "¡Qué chiquito es el mundo! ¿O será que la lana sí corre sólo en ciertos circuitos?", cavilo con dudas.

Como es de esperarse los recién reencontrdos amigos se “güeyean” (es decir, se dicen mutuamente “güey” al final de cada frase, la cual es una palabra muy usuada en el eslang del mexicano). Bromean entre ellos y recuerdan que en Alemania se emborrachaban alegremente. “¡Hasta las nalgas enseñaste!”, le dice el de la chamarra verde al pachuqueño y empiezan a carcajearse. “Sí, pero ya estaba bien pedo (borracho)”, responde el otro entre más risas.

Mi presencia no les incomoda, pero tampoco les genera mucha atención. Reiteran, buscando más precisión, la pregunta de mi origen, pero ahora quieren saber la ciudad. “Del D.F.”, les digo. “Y él es mi amigo, Kendall. Es de Zimbabwe”, les digo mientras presento a mi guía. Lo saludan e intercambian apretones de manos. Kendall está fumando así que uno de ellos le pide un cigarro. Yo intervengo y le digo que Kendall compra cigarros de uno en uno. Entonces la inercia cambia un poco y empiezo a platicar con uno de ellos, con el de la chamarra verde. Me dice que es del D.F., pero que actualmente vive en Praga. Me comenta que está en su año sabático y que actualmente vive con una checa. “Están bien buenas las checas”, me dice. Ya más suelta la conversación, me comenta que es investigador del Politécnico Nacional y que en su año sabático decidió irse con su novia a la República Checa. Desde allá se puso en contacto con sus amigos, los dos con sombreros, que viven en Los Ángeles. Arreglaron detalles y vinieron a SA. Rentaron un auto y están a punto de emprender la ruta hacia el Soccer City. “No queremos que nos agarren las prisas el día de la inauguración. Por eso desde ahora vamos a ver cómo llegamos allá al estadio”, afirma uno de los sombrerudos. Seguimos platicando un poco más acerca del partido del viernes y antes de despedirnos el camarada del Politécnico me dice algo que me llama la atención después que yo le he comentado que estoy realizando una investigación antropológica sobre los mexicanos que visitan SA: “Qué bien. Poco a poco te los vas a ir encontrando. Tú sabes, los mexicanos nos juntamos entre nosotros y nos echamos la mano. Ayer, en la inauguración de la réplica del Ángel, un muchacho, cuyo hospedaje se le había agotado, consiguió casa con otros mexicanos. Así de fácil. Una vez te apoyan a ti y otra tú a los demás ¿no?”.

Kendall y yo nos despedimos de este grupo. Vamos rumbo al Ángel. Está a unas dos cuadras de distancia. Llegamos a esta otra especie de plaza. La réplica se encuentra en una de sus esquinas. La imitación es sólo del ángel que corona la columna en Reforma. De la base no hay reproducción alguna. Detrás de éste, una manta translúcida patrocinada por el Gobierno del Distrito Federal. “Ciudad de México. Ciudad en Movimiento”, indica el eslogan. Dos fotografías del propio Ángel, allá en el D.F., y una más del asta bandera del Zócalo con la cúpula de la catedral de fondo, completan el telón de fondo. Una cédula informativa al frente da referencias históricas mínimas del monumento y del por qué se ha decidido llevar une réplica de éste a SA.

Ya por ahí se dejan ver los compatriotas. El elemento distintivo: las camisetas y chamarras verdes (o las nuevas de color negro). Otros más visten sarapes y máscaras de lucha libre. Uno más por ahí lleva una especie de penacho sobre la cabeza. Por allá, en una esquina, una solitaria mujer está vistiendo una camiseta de los Leones Negros de la Universidad de Guadalajara. ¿Puede alguien creerlo? Nos acercamos a ella. La saludamos. Yo le pregunto si es de Guadalajara. Ella, con inconfundible acento tapatío, me responde que sí. Le señalo lo extraño que es ver una camiseta de ese equipo (que hace varios años desapareció del circuito de la primera división mexicana y ahora está de vuelta en la primera “A”) en este lugar. Ella sonríe y me dice que sí, pero que actualmente estudia en esa universidad y que porta la camiseta con orgullo. Conversamos un rato sobre el Ángel y después, en una derivación de la charla en torno a las posibilidades de la selección mexicana en este mundial y de la pésima historia que ha tenido en estas justas, ella me comenta lo siguiente:

“La selección tiene muchas probabilidades de ser campeona. La historia no cuenta. Todo depende de la mentalidad (señalándose la cabeza). Yo por ejemplo entré a estudiar leyes en la U. de G. Ya no estoy tan joven. Mis hijos ya terminaron su licenciatura. Yo cuidaba el hogar y de pronto me dije: ‘¿Por qué no puedo estudiar lo que siempre he querido?’. Me inscribí de tiempo completo en la licenciatura y voy todos los días. Yo me siento fuerte y con muchas ganas. Entonces, si yo puedo ¿por qué no va a poder la selección? Ellos son jóvenes y tienen todo por delante. Si quieren van a poder. Yo no veo por qué México no puede ser campeón. Claro que se puede”.

Nos despedimos de ella y seguimos rondando la plaza. En alguna otra esquina, un presentador (tiene acento británico) junta un par de chicas entalladas en uniformes estilizados de los seleccionados de Uruguay y de Italia. Es un concurso de belleza y están filmando. Algunos parroquianos se apresuran a tomarse fotografías con las chicas (yo no, ¡qué conste!).

Otro presentador, de Univisión, entrevista a cuatro enmascarados mexicanos. Al final de la entrevista, los cuatro se le van encima y le recetan unos cuantos empujones y golpecillos en la cabeza. “Esta es la celebración mexicana en Sudáfrica”, dice el presentador mientras se recupera de la supuesta tunda.

Comienza a atardecer. Kendall se pone nervioso. Ya casi son las cinco y los taxis colectivos dejaran de circular. “Tenemos que irnos”, me dice con tintes de orden. Entiendo su preocupación, ya que él tiene que tomar su transporte antes de las 6 p.m. Después no hay forma para él de llegar a casa sino a pie. Yo quiero quedarme a la fiesta que habrá a las 8 p.m., pero mi compromiso con Kendall está primero, así que con todo el pesar de mi corazón, emprendemos el camino de vuelta.

2 comentarios:

  1. Querido Sergiño, como siempre atenta de tus descripciones y con preguntas para vos:

    1. Este grupo de mexicanos que en el mundial pasado se encontraron en Alemania y ahora en SA: es por el mundial y/o por la selección y/o por la fiesta? De dónde obtienen ese dinero? qué significa para ellos asistir a los mundiales, tal vez no los primeros? Ojalá te los vuelvas a encontrar

    2. Es interesante la oposición de identidad del zarape y el sombrero: en México varias están en disgusto en ser relacionados con ellos -como yo-, por qué llevarlos a otros países? signos identitarios? Por qué usan esos símbolos y no otros? Aunque las respuestas a estas preguntas parecieras obvias... ahí está ntra. aportación antropológica

    3. Robichaux, diría la reciprocidad de los pueblos mesoamericanos, característica fundamental. Cuál es el significado que toman fuera? cómo la viven? qué es para ellos?

    4. Sobre el comentario de la chava de Guadalajara: qué tanto el aficionado puede distinguir entre él y el equipo? Sé ven como uno solo? Por qué exigir o esperar algo?... de dónde salen esos sentimientos

    Y ante todo, qué piensa Kendall?

    Tania.

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  2. hola, saludos de parte de sigoaltri.mx

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